Sentados en un tronco, al amor del sol que los calentaban estaban Elena y su padrino. El trabajo no apremiaba, así que él tenía un ratito para dedicarle a aquella niña curiosa, que se afanaba en explicarle las aventuras de su día. De los ojos de su padrino se desprendía una sonrisa, mientras procuraba prestarle toda su atención. Ella era feliz en esos ratos que compartían porque la hacía sentirse una niña especial; una niña mayor.
De pronto algo vino a alterar la calma. Una mariquita se había posado en la pierna de su padrino. La niña emocionada no dudó en extender su mano para verla más de cerca. Pero él con un gesto tranquilo y lleno de ternura, posó su mano sobre la de la niña y le pidió que la dejase estar, porque no hacía daño a nadie y que, como ellos, también quería calentarse al sol. Le explicó entonces que si una mariquita se posaba cerca de ella no debía molestarla, sino que debería de ser paciente y esperar a que ella quisiese irse, así que estuvieron un buen rato observándola con detenimiento, en medio de un silencio casi reverencial, hasta que él dijo con voz firme y pausada:
-“Xoaniña, voa, voa, que che ei dar pan e broa”
...Y la mariquita, como impulsada por sus palabras, levantó el vuelo.
Esta tarde, en el trabajo, una mariquita vino a posarse a mi lado. Y me trajo el calor de aquellos rayos de sol que me calentaron hace ya tantos años; y la sonrisa amable de mi padrino; y el tacto de sus encallecidas pero delicadas manos.
Gracias Xoaniña, por traérmelo de vuelta un rato.